El pueblo montañoso de Aragón con un queso y un traje propio

Calles de piedra que se andan despacio, casas de losa, paisajes glaciares y un queso artesano que sabe a altura.

En el extremo occidental del Pirineo aragonés, las casas se arriman unas a otras como si buscaran abrigo. Tejados de losa, chimeneas troncocónicas y portadas blasonadas componen un caserío compacto que ha sabido conservar su lectura histórica. Está lleno de tradiciones, como la que celebra cada último domingo de agosto, donde las calles se convierten en una pasarela de memoria: escenas costumbristas, misa cantada, bienvenida con migas y un desfile que transforma el pueblo en un auténtico museo al aire libre. El resto del año, el valle invita a caminar sin prisas entre hayedos, riberas frías y laderas con acento atlántico.

Fuera del foco festivo, el entorno nos regala rutas con buen (y bonito) acceso y panorámicas glaciares. Para encadenar bosques, foces e ibones por la provincia, también podemos escaparnos a los Pirineos de Huesca entre gigantes de piedra y valles refrescantes. Y es que entre sendas señalizadas y ríos de aguas cristalinas, cualquiera que lo visite entiende que tradición y paisaje caminan de la mano de forma natural.

EL PUEBLO QUE SE VISTE DE HISTORIA

Hablamos de Ansó, declarado Conjunto Histórico en 2006 y puerta natural a los Valles Occidentales. Su arquitectura popular -callejones estrechos, pasadizos, casas altas de piedra oscura y chimeneas coronadas- mantiene una armonía poco común. Tal y como define Meritxell Batlle en la selección de los pueblos más bonitos de Huesca, esta localidad, sus calles de piedra "parecen ganarle el pulso al paso del tiempo".

Cuando llega el final de agosto, el Día del Traje Ansotano lo inunda todo: vecinos de todas las edades recrean oficios y momentos del ciclo vital con una docena de ropajes (de trabajo, de fiesta, de bautizo o de boda), una lección de etnografía a cielo abierto que ha sido reconocida por su interés cultural.

En cualquier época, merece la visita la iglesia de San Pedro, de proporciones góticas, y el Museo del Traje Ansotano, ubicado en la antigua ermita de Santa Bárbara: un espacio donde entender peinados, tejidos y usos que el ropero municipal y muchas familias han custodiado durante generaciones. Detalles como la “anguarina” o las basquiñas hablan de un lenguaje propio, minucioso, que sigue bordándose a día de hoy.