
En el extremo más salvaje del Pirineo aragonés se esconde un paraíso de glaciares, bosques milenarios y picos de 2.670 metros que sigue siendo un secreto para muchos
En el extremo más occidental del Pirineo aragonés, alejado de las rutas turísticas más transitadas, se esconde uno de los tesoros naturales más puros y desconocidos de Aragón. Es un paisaje que impone, esculpido por glaciares y coronado por picos que rozan los 2.700 metros, donde los bosques húmedos recuerdan al norte atlántico y la fauna salvaje campa en libertad. Aquí, en el Parque Natural de los Valles Occidentales, naturaleza y tradición conviven en armonía, lejos del ruido y el turismo masivo.
UN PARAÍSO PIRENAICO ENTRE GLACIARES, BOSQUES Y FAUNA SALVAJE
Este enclave, declarado parque natural en 2006, ocupa más de 27.000 hectáreas entre los municipios de Ansó, Aísa, Aragüés del Puerto, Borau y el Valle de Hecho. Se trata de un territorio abrupto y silencioso, surcado por barrancos, ibones y bosques centenarios, donde la biodiversidad alcanza su máxima expresión. Aquí sobrevive el oso pardo, junto al quebrantahuesos, el urogallo y el desmán de los Pirineos, entre otras muchas especies.
La huella del pasado se conserva intacta en estos valles, no solo en sus tradiciones o en la pervivencia del aragonés en forma dialectal, sino también en vestigios como dólmenes prehistóricos y restos de una antigua calzada romana que conectaba ambas vertientes de la cordillera. Entre los picos más destacados se alzan el Bisaurín (2.670 metros), La Mesa de los Tres Reyes (2.428 metros) o Los Aspes (2.643 metros), nombres que evocan la dureza del relieve y el carácter fronterizo de esta tierra.